miércoles, 2 de julio de 2014

Café moreno (historia independiente)



                              A los que hallan visto a las nubes.


Era esa hora de lo que se le puede llamar día donde sobre sus cabezas el cielo ya estaba negro, pero al horizonte aún se podía ver la trémula luz naranja y roja, al moribundo resistiéndose a partir, su destello dorado inundaba, sin embargo, gran parte del cielo, y viendo este destello a través de la arboleda que se elevaba por sobre las casas, daba la impresión de que fuese un incendio forestal y no un atardecer.
Iban caminando por la calle aquella donde los edificios se echaban cada vez más hacia adelante, casi juntándose al cuarto o quinto piso, y, por ello el sol solo iluminaba aquel corredor a medio día, y solo por todo el centro de la carretera, el resto del día el callejón era completamente oscuro, cosa que lo hacía tan terrible como hermoso al momento de su intemporalidad. Los cables de electricidad iban y venían de una casa a otra, formando una marajá intrínsecamente enredada, que más parecía una telaraña que algo ideado por supuestos ingenieros eléctricos. Era esa pues una calle más parecida a la selva amazónica que al corredor de una ciudad, con sus casas como grandes árboles tropicales  que se ensanchan a medida que crecen y abarcan toda la luz como una sombrilla.
Y como ya había intentado decir antes, iban por aquella calle, como siempre de norte a sur, cuando el niño, inocente y cansado, casi trotando para mantener el paso, alzó su hermosa carita de porcelana y vio a través de la maraja de cables y por la ranura entre las casas al cielo ennegrecido y dulce. Se le dibujo una sonrisa en su rostro y luego una mueca de asombro, y halando de la mano raquítica, huesuda y áspera de su joven abuela, para que esta le prestara atención, tomo aire y determinación y exclamo con un timbre de voz algo chillón.
-          ¡Mira abuelita!, nunca había visto una estrella tan brillante.-
A lo que su abuela, con la cabeza gacha y la mirada pegada al piso por uniones de cansancio y pesadas cavilaciones, alzó la mirada y tentó sonreír, posó su mano en la cabeza de su nieto y con toscos movimientos simulo acariciarle, luego le tomo del hombro, le miró y le dijo.

-          Esa no es una estrella, eso es un avión. - 

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