miércoles, 25 de junio de 2014

Brava azul (historia independiente)


                                                                                                     A quien le hable a los perros.

Entonces le vi sentada en el anden, no le importaba nada y se le notaba en ese instante, simplemente tranquila, simplemente ausente.


Desde el cristal de la ventana se sabia que seguía ahí solo porque su figura se delineaba con el resplandor del tenue sol que aun continuaba alumbrándola a ella, solo a ella, y que me permitía a mi apenas distinguirla de entre la niebla la lluvia y el empaño del cristal. Doña Claudia se me acerco de repente con paso prepotente y sincero, como solía ser ella, y me dejo en el escritorio un pocillo lleno de chocolate, mientras se olvidaba de los pasos pisados viendo a través de la ventana y perdiéndose en la irresistible figura  que ella producía, hubiera o no lluvia. Cojió le regadera y sin dejar de verla comenzó a regar el helecho que estaba colgado en la ventana. "Deverias traerla dentro" dijo, poniendo a un lado su tono autoritario y rustico y diciéndolo de una manera casi taciturna, como si se lo dijera a ella misma, puso la regadera en su sitio y salio de la habitación, de nuevo fuimos ella y yo, de nuevo fuimos mis memorias y ella  en esa habitación de paredes naranjas y ventana colonial, ella afuera y yo en alguna parte.


Intente concentrarme, mirar de nuevo al papel y seguir escribiendo, pero su mera idea era ya suficiente tentación para volteara a ver y pensar solo en su existencia, cayendo yo también en el ensimismamiento que solo le pertenecía a ella en esa casa. La puerta chirreo y por ella entraron los niños jugueteando y corriendo de un lado a otro, pensando que serian aviones en la guerra mundial o algo por el estilo, y sin dejar de dar vueltas de un lado a otro clavaron su mirada también en el manchon blanco que era su vestido en la ventana, y sin dejar de volar de un lado a otro se dijeron cada uno para el otro "digamosle que nos lea un cuento, como lo hacia antes" - "no, mejor digamosle que nos ayude a armar un rompecabezas, como antes"

- "no, digamosle que nos prepare avena, como la hacía ella" de repente se quedaron quietos los tres, mirando a la ventana y siguiendo volando salieron de la habitación como entraron, por la puerta marron y haciendo estrepitar hasta al taja lápiz que se fusionaba con el escritorio, ahora fuimos 5 de ahí en adelante, ella, yo y el aroma de los 3 mocosos que como bestias pestilentes fueron de un lado a otro regando su perfume barato por cada rincón de la quinta. Pero aunque aun no me acostumbrara a su presencia los soportaba, como siempre lo he hecho, como siempre lo hice cuando estuvimos juntos, todos aquí en el mismo lugar.Afuera seguía lloviendo cuando me pare para devolver el pocillo a la cocina, todavía no había terminado la primera pagina, pero quería descansar. 

Es fácil y a la vez difícil vivir en una casa colonial, para ir a cualquier lado tienes que pasar por todo 

lado, y sobre todo por el patio que siempre esta en el centro, pero como en toda construcción antigua es bella y poética en cada rincón, las columnas de madera alrededor del patio y de ellas colgando helechos, como si no existiera ninguna otra mata que poner en una casa. Don Alejandro se hallaba, como siempre, en su mecedora, que parecía, así como el, no envejecer nunca después de los 70. Tras sus gafas se elevaron sus ojos de zorro ciego, parando de repente la lectura del diario y mirándome, con una de esas miradas que conocemos los dos, una de esas que te traspasa y te congela, la devolvió a su lectura y de esa vieja cloaca que algunos le llaman garganta exhalo una sencilla pregunta, que como todas las que el hace no se responden en voz alta, "¿cree que ya es hora de traerla?". Voltee la cabeza y mira la lluvia caer sobre el patio, y corriendo hasta el sifón regando el cerezo y refrescando todo en la casa con un olor casi mágico, de esos que produce la lluvia sobre el ladrillo muy viejo, seguí caminando arrastrando las babuchas hasta la cocina y  deje el pocillo en la mesa de la cocina, y a la salida me encontré con juliana, con su pose coqueta de puberta en celo, mientras me miraba con desdén y con una ceja levantada me mirabacon desprecio, como repudio, atreviéndose a de esa forma a hablarme con su tono prepotente y tirano, casi casi sensual "¿hasta cuando te tendra asi?, dejala en paz que ella nos dejo a osotroas hace mucho" hiso una pausa teatral y siguio "mírate, tan flaco, tan desgualamido, ¿crees que así podrás entrarla alguna vez?, querido, déjate de pendejadas y ponte serio en tus vainas, déjala a ella donde esta que ahí esta bien." - "como puedes decir eso, esta sola y ausente" - "déjala, no le hacemos falta" acto seguido se fue con su paso pedante y su aura iconica, regrese sobre mis pasos, paso tras paso, admirando todavía como caía la lluvia sobre el tejado de la casa, soltando un vaporcito de esas viejas tejas de barro, soltando un poquito de espíritu en cada gota.

Los helechos continuaban meciéndose al ritmo pausado del viento, y la lluvia le producía una sinfonía hermosa de cuerdas y teclado, pero cada vez que con un destello fugaz la percución se hacia presente se mostraba de manera hermosa la pausa, ese momento en el que el tiempo se detiene, y los intemporales aun cayendo saben que sus filamentos terminaran fundidos en la luz que desaparece, y que sus huesos se romperán contra el ladrillo, toteandose, desangrándose sobre el piso y regando las plantas, luego sigue la sinfonía, pero ya no son violines los que gimen, son pueblos los que gritan.


Con mi paso atontado pasé por el corredor, concentrado en ir a la alcoba, a mi buro, a mi papel y decidido a terminar mi trabajo, ahora sin prestar atención a la joven de negro, ahora solo prestandole atención a la maquina, cuando fue que don Alejandro elevo sus grises ojos de zorro ciego y levanto sus pesadas cejas de encima de las dos pepitas apenas vivas escudadas tras esas impenetrables gafas y lanzándome una de esas miradas que solo el sabe dar, y que los 2 conocemos, una de esas que te traspasan y te dejan helado preguntó, como siempre una de esas preguntas que uno no debe contestar nunca, con su voz ronca y potente "¿cree que ya es hora de traerla?" luego siguió con la lectura de su diario y con el vaivén de su mecedora, mientras en mi mente solo pensaba "no lo se don Alejandro, ruego saber la respuesta algún día". Continué taciturno hacia mi alcoba preparándome para recibir el tenaz chirreo de la puerta y abrí la susodicha marrón, soportando el sonido lo más que pude, pero aun así sintiendo cada vibración en mis huesos, entre a la habitación con paso lento y cansado y me recosté en mi silla, dispuesto completamente a terminar mi escrito cuando es que la vi sentada en el anden, siendo mojada por la lluvia y continuando seca e iluminada por un tántrico rayo de sol que solo la iluminaba a ella, tan tranquila, tan taciturna, tan ausente, tan ella.


Aunque la niebla no me la permitiera ver bien, eso no me importo, la mancha negra que era en mi ventana empañada y distorsionada por la lluvia era la mas hermosa que se podía tener, la mancha más hermosa que se pueda ver en la vida de uno. Entonces Doña Claudia entró, haciendo estremecer a la puerta como solo ella podía hacerlo, con su paso y su porte poderoso de las que son difíciles de ignorar, pero a la vez humilde, como una autentica matriarca, y con estos mismos modales un poco toscos puso sobre mi escritorio una taza de chocolate, mientras cojía una regadera y comenzaba a regar un helecho que estaba colgado en la ventana, mientras se perdía ella también en la imagen borrosa, en la sombría cumbre borrascosa de su recuerdo ahí fuera, al otro lado de la ventana. Entonces de manera sencilla, dejando a un lado su tosquedad y poderío dijo "Deberías traerla dentro" en apenas un susurro, como diciéndoselo a si misma, no a nadie más. Puso la regadera en la ventana y salio, de la misma manera en la que entro, haciendo sonar la marron, haciéndola aullar en el salón, que ahora era solo algo interminable, solo algo que depende siempre del otro, ahora la alcoba era solo el reloj y el escritorio. 

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